No oyes ladrar los perros
Alejandro Hernández .
En el numero 68 de la calle “Álamos” hubo una pelea de perros. En la casa de esa calle que luce empedrada es común mirar diferentes perros cada uno con su fina raza, allí como olvidados por unos días en sus heces, en sus aromas pestilentes, en los patios y dentro de una casa deshabitada por humanos pero que alberga a estos otros animales.
A ratos la dignidad humana, por no decir la vergüenza, hace que personas que tienen las llaves de las puertas y que llegan conduciendo una elegante furgoneta, limpien el lugar como si trabajaran para alguien o para una gran empresa dedicada a los perros y otros animales. Y -por supuesto- ellos son los encargados de traer y llevar a los canes los cuales unos a otros no se reconocen porque no siempre son los mismos e incluso estos perros ignoran el dinero que sus dueños PAGAN sin saber que por periodos los mantienen allí.
Mi transitar por esa calle es habitual, un día jueves miré a los perros y ellos no me miraron pero tampoco dejaban de ladrar, menear el rabo, inspeccionar el lugar con su olfato, como si estuvieran inquietos, inconformes, obligados a permanecer allí –inocentes e indefensos- contaminando todo el ambiente con sus aromas pestilentes.
Con mi viejo cubre-bocas que me sirvió para no contagiarme de “influenza” cuando Felipe salvo al país de esta enfermedad, y Fidel hizo héroe al niño de La Gloria por su puntual ingesta de pastillas de paracetamol, permanecí perturbado desde la calle empedrada observando el comportamiento de los canes. Y sí creo que hasta entre los perros hay razas…
Por la acera –del número 68- nadie circula, quizás tengamos miedo de ser alcanzados por cualquier hocico perruno salido de entre rejas oxidadas que custodian el interior de la casa que tiene nuevo el chacuaco de la chimenea. Junto al Jardín de Niños se oye que ladran los perros y se siente en el aire el pestilente olor que proviene de la casa de las mascotas marginadas. Dentro del contexto urbano es un espacio arquitectónico sin tiempo como una sorpresa ante lo que vemos todos los días pero nunca miramos. En ese lugar anida la tristeza.
barrenador@yahoo.com
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