Algo de mi
Roberto Rosales Martinez.
Perspectiva y gravedad
Desde la azotea la visión es maravillosa, tendederos formando telarañas, tinacos como un batallón de ballenas y depósitos de gas como dragones dormidos, no veas para abajo, dijo mi madre que le gustaba caminar por cornisas, siempre ha sido emocionante probar lo prohibido, así que me tendía boca abajo sobre el piso y mi cabeza en el vacío echando miradas llenas de adrenalina, poco a poco me tranquilizaba y empezaba a lanzar escupitajos a esas chingaderas que caminaban por las aceras y se veían como hormigas de colores. Era para mí todo el espacio, el smog.
Un día empecé a hacerme invisible para la familia, nadie preguntaba por mí a la hora de la cena, fue cuando hice mi refugio en la azotea, tendido boca arriba formaba mis constelaciones, los astros, los únicos que me merecían.
Nunca resentí la ausencia de amigos, pues ya había un rumor entre los vecinos de esta rara afición a la soledad, esta famita me sirvió cuando entré a la pubertad o cuando la pubertad entró en mí, ya rondaban las primeras niñas llenas de curiosidad a las que yo de manera furtiva invitaba a subir una por una a mi guarida al aire libre.
Eran mis tardes de inauguración en pechos con pezones dibujados y mi incesante labor de darles forma, pasaban horas, corpiños y masturbaciones hasta que llegó Mónica y su catálogo de perversión.
A partir de Mónica y su tiempo conmigo, fue que dejé mi curiosidad en otros cuerpos postergada, y como una expedición de National Geographic, me interné en sus poros, me dediqué a sudar y a escribir mis descubrimientos, tengo un plano a color de su clítoris y mi niñez luida.
Primero boca abajo luego boca arriba, día y noche.
Si Mónica no llegaba, le hacía el amor a la ropa tendida de las vecinas, llena de aire me llamaba con sus mangas, bajaba faldas y calzones, yo también me tendía al sol.
Cuando Mónica se volvió vacio en mi alma y ausencia en este cuerpo, dejé de ir a casa, me alimentaba de plantas que había en macetas y después vomitaba, como perro purgado, lleno de nada.
Un día regresó, misma sonrisa, ya no estaba seguro de quererla, la tomé de los brazos, luego mi antebrazo por su cuello, con la otra mano acaricie sus muslos, sus orillas eran peligrosas como las de este edificio, sé que no estoy diseñado para sufrir.
La vista desde la azotea es maravillosa,
Abajo, sobre la acera, una coyolxauhqui terrenal.
La vista desde aquí es maravillosa.
Roberto Rosales Martínez
Nací en Poza Rica hace años
Sigo vivo.
(Comentario hecho escuchando Filosofía barata y zapatos de goma)
ResponderEliminarEste texto nos lleva a cualquiera de las interesantes calles del Centro Histórico donde las azoteas y balcones cobran vida y existencia. Es un cuento ágil y lleno de imágenes que invitan a sentir incluyendo el ser parte de lo que se tiende al sol y la mujer de todos, en fragmentos siempre.
Muy bien Roberto!
M. Arenas